
Aquel verano, todas las noches,
recostado en el banco de la plaza,
pensándote contemplaba el cielo
y te veía bailarina
saltando por cada estrella,
mientras me mirabas de soslayo
desde la cancela de tu portal.
Paseos sinfín por la alameda y callejuelas,
cada uno con su tropa adolescente,
y como quien no quiere lo que busca,
sin cesar,
nos encontrábamos.
Después de las fiestas,
con un leve adiós,
partiste para siempre.
La luz de tu cuarto quedó encendida.
Nunca lo supiste.
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