Siempre es el mismo saxo
el que suena en aquel café
donde una noche, Ilsa,
rodeados de humo
y siniestros agentes alemanes,
nos encontramos.
Ese fue el principio.
Aún te espero en nuestra mesa,
ahogando tu vacío en whisky,
y al músico, invariable le imploro:
Tócala otra vez, Sam.
Si no es Casablanca,
Ilsa, siempre nos quedará París.
De lo que hacemos con Víctor,
ya hablaremos.
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