Enero, otra vez, un río

Enero, otra vez, un río

y su discurrir gélido

mordiendo el aire y el rostro 

del  aspirante a poeta Mathis Huber.

Pero los febreros, esta vez,

no prometen luces efímeras 

ni besos, siquiera con desaire.

Sólo fechas desvencijadas,

un pasar de soledades vacías.

El calendario del hombre:

un corredor oscuro

del que no escapa la magua

ni el silencio. 

©️Este texto está inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual.

Anda el duende

Anda el duende, divertido.

Saltimbanqui,

entra, sale,

de aquí para allá.

Con sus travesuras,

sin saber cómo,

busca su saber.

Pregunta, escudriña,

por el misterio del encanto,

por el encanto del misterio.

Pero nada, 

en la nada, anda el duende. 

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Cada cierto tiempo

Cada cierto tiempo 

tu recuerdo vuelve, brioso, 

montado en el rayo grana

que ciega la luz 

oculta de la medianoche.      

Mis pasos van de nuevo a la orilla

a ver el mar, su luna y los barcos, 

con tu sombra a cuestas, 

como quien carga atarecos,

ganando la ladera del risco

para las hogueras de San Juan.

Y, otra vez, inagotable Sísifo,

el voltear tus grises 

a la sima de indolente desmemoria. 

©️Este texto está inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual.

Sin ti no soy nada

15 de marzo de 2020. Mañana soleada aunque no calurosa. Raquel pasea   sola y sin rumbo concreto por el patio del módulo de mujeres de la prisión Gran Canaria-1 en Salto del Negro. Los días se le pasan lentos, monótonos, pero tal vez por su fuerte medicación psicotrópica. No da muestras de gran interés por salir. Se diría que se encuentra cómoda en su refugio, aislada del resto del mundo. 

De repente, algo la altera.

—¡Quiten esa canción! ¡¡Quíteeenlaaa!!

La melodía parece desquiciarla. Ante su alto grado de excitación emocional, los funcionarios avisan rápidamente al encargado de la radio para que cambie de inmediato el tema musical. 

8 de octubre de 2016. Raquel llevaba un tiempo viendo a Juan Manuel como distante, raro. Le parecía que no era el mismo de antes. Creía sentirlo menos cariñoso, menos hablador, y que no la deseaba como antes. 

Desde semanas atrás, los horarios de su marido habían cambiado. «Tal vez sea por la reciente paternidad», pensaba ella. El pasado verano habían sido padres de un precioso chinijo, Álvaro. 

Ambos regentaban un pequeño comercio que levantaron con mucho esfuerzo. Para atender al bebé, Raquel le dedicaba mucho menos tiempo al negocio, por lo que tuvieron que contratar a una empleada, una bella joven colombiana, Paula Andrea, muy amable y eficiente en el trabajo. 

De vez en cuando, a Raquel le venía a la cabeza si entre Juanma y Paula Andrea había algo, pero desechaba la idea con rapidez. «Seguro que está agobiado teniendo que compaginar la paternidad con el trabajo y una empleada nueva que aún no conoce bien la empresa.» 

No podía concebir que después de casi quince años juntos, desde la adolescencia, con un proyecto de vida en común que incluía un hijo, Juan Manuel pudiera flaquear. 

Raquel había sido una niña maltratada y rechazada por su obesidad. Su figura no respondía a los cánones de belleza oficiales. No era una chica popular, no se sentía querida y rehuía las relaciones sociales para evitar las burlas y desprecios de sus iguales y, a veces, de algunos miembros de su propia familia. 

En Juanma pudo encontrar a alguien que supo quererla y se refugió en él. Cada pareja suele tener una canción que define o recuerda algo muy esencial en ella. Para Raquel, su melodía tótem era, es, «Sin ti no soy nada», de Amaral. El título, por sí solo, ya definía, define, muy bien su sentimiento personal con respecto a ella y su relación con Juan Manuel. 

El marido llegó más tarde de lo normal la noche del 8 de octubre de 2016. Su semblante serio, triste, cabizbajo, reflejaba una intensa preocupación, mayor aun que la de los días y semanas anteriores. 

—¿Te pasa algo, Juanma? ¿Algo no va bien? 

Él se sentó en el sofá de piel negra, con la mirada clavada en el suelo de gres beige. Ella se puso a su lado y lo tomó de la mano. 

—No… Bueno, sí…

—A ver, dime qué te ocurre, por favor.  Me tienes muy preocupada. 

Juan Manuel lanzó un profundo suspiro y alternando la mirada entre el suelo y los ojos de Raquel, confesó a bocajarro:

—Estoy enamorado de Paula Andrea.

—¿Cómo? ¿De nuestra empleada?

Raquel quedó en shock. Quería llorar, gritar, hacer algo, pero quedó paralizada. 

—Sí, estoy enamorado de Paula Andrea. Intenté evitarlo todo lo que pude, pero me resultó imposible. Todo el día conviviendo con ella en el negocio…, me resultó imposible controlar mis sentimientos. 

Raquel no lograba articular palabra. Después de varios segundos, con la mirada perdida, al fin pudo balbucear:

—¿Qué ha habido entre ustedes?

A Juanma le resultaba muy duro concretar detalles, pero le pareció que, ya puesto, iba a ser mejor hablar lo más claro posible:

—La acompañé casi todas las noches a su apartamento, hicimos el amor y hablamos de irnos a vivir juntos. 

—¿Pero tú estás loco, eres un cabrón o qué coño te pasa? ¿Cómo que te vas con una mujer a la que casi acabas de conocer dejándome después de quince años y con un niño pequeño? Te creía más maduro, pero veo que sucumbiste a los encantos de una mujer más joven y guapa que yo, ¿no?

Raquel  pudo arrancar a llorar. Ya no podía mirar a Juan Manuel a la cara. 

—Yo no tengo la culpa, Raquel. La vida es así. Los sentimientos son incontrolables. 

—¿Pero cómo que la vida es así, pedazo de comemierda? La vida no es de ninguna manera. Eres tú el que eres un cabrón y un subnormal. 

—No tiene sentido que me quede aquí discutiendo, Raquel. Cuanto antes resolvamos esto, mejor.  Voy a recoger mis cosas y esta misma noche me voy. 

—O sea, que no vas a luchar por mí, por tu hijo, por tu familia… Te vas ya y punto.

—No te preocupes que no les va a faltar de nada. Todos los meses, o cuando haga falta, te ingreso el dinero y veré al niño como establezca el juez.

—¡¡Vete a la mierda, gilipollas!! 

Raquel se levantó llorando con un ataque de ira, dirigiéndose a la cocina para encerrarse y no ver cómo el marido empacaba sus cosas y se iba dejándola sola en casa con Álvaro. 

Mientras Juanma hacía las maletas, Raquel se acercó por detrás con el hacha de cortar carne, asestándole varios golpes en la cabeza, cuello, espalda y brazos. Al hombre no le dio tiempo de defenderse y quedó tendido en el suelo manándole abundante sangre por las heridas. 

Tras descargar su ira, Raquel se quedó paralizada, en estado de conmoción. Cuando pudo reaccionar, se dirigió a la habitación del niño y se quedó mirándolo fijamente. Sintiendo todo perdido, o vaya a saber usted qué, agarró al pequeño por el cuello hasta asfixiarlo.

A continuación, se dirigió a la ventana, lanzándose al vacío desde el tercer piso con intención de quitase la vida y acabar con todo aquel infierno. 

Un viandante que pasaba en aquel momento por la calle se acercó a la accidentada y llamó de inmediato al servicio de emergencias, que llegó al lugar del suceso en unos quince minutos. 

—Todavía respira —dijo el sanitario a su ayudante—. Le ponemos la máscara de oxígeno y tiramos para el hospital a toda pastilla. 

Cuando la ambulancia frenó un poco la marcha en uno de los semáforos, de un coche que esperaba que el dispositivo de señales pasara al verde se oía una melancólica canción: Los días que pasan. Las luces del alba. Mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada… Porque yo sin ti no soy nada. Sin ti no soy nada. Sin ti no soy nada…

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Para resguardar abriles

Desde mayo hasta marzo

pongo sitio 

al calendario y sus ferias

para resguardar los abriles

de las lluvias, 

del gélido frío, 

que, desde los cuatro vientos, 

amenazan con afanar

su carnaval de sexo y alcohol

a destajo. Y al acabar el día,

con esencia de olíbano,

la fervorosa procesión de un fustigado en aspa

que regresa triunfante de la muerte. 

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Un ruido fraterno

La gélida soledad de La Pampa

le muerde el aliento

al viejo soldador de estaño,

Juan Leonardo Neumann.

Con la mirada perdida en el horizonte,

bajo un chañar tomando un mate,

le acucia sentir un abrazo, oír

algún ruido fraterno, una voz, 

una risa, en la inmensa llanura   

que desvanezca el vacío. 

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Zabaleta mira la lluvia tras los cristales

Sentado en su butacón, 

con los pies sobre la mesa, 

Zabaleta mira la lluvia

detrás  de los cristales. 

Apurando un coñac caliente 

recuerda aquellos años viejos, 

el ir y venir con ganado

de la orilla a la cumbre.

En su casa de la montaña,

como una soga, 

la soledad le oprime.

Cae la noche,

y un largo sorbo 

no puede detener

una lágrima furtiva. 

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Se viene la mañana de naranja

Se viene la mañana de naranja

y tu sombra, a ratos gris,

se disuelve en lo claro del día.

Por la arena, 

camina tu cuerpo turgente 

que se va perdiendo en el agua. 

Sigo tus pasos 

y en el límite del horizonte

vuelvo a encontrarte   

sumergida en un sueño,

atando amores brujos

con  una caracola. 

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Miro sin comprender

Miro sin comprender 

cómo la luz se rompe 

frente a la palabra hueca 

y donde decía digo, 

ahora dice silencio. 

O nada. 

Cierro los ojos y presiento  

que las palabras se rehacen 

en la lejana soledad de la noche

cuando nadie advierte

la resurrección de la luz. 

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